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Cuando ya ni lo de “la pelotita” es lo que más importa

Foto: Trekant Media

Quedarte lejos del objetivo que se te presupone tras el descenso de categoría, no haber siquiera luchado por ello en toda la temporada y acabar logrando la permanencia matemática a falta tan sólo de dos jornadas no puede ser considerado de otra manera más que de fracaso deportivo. Un fracaso que, tampoco nos engañemos, entra dentro de lo esperable no sólo en el Cádiz, sino en cualquier otro club que sufre un golpe como el descenso y se enfrenta a una categoría tan compleja y competitiva como lo es la Segunda División. Sin embargo, que sea algo previsible no lo hace menos doloroso ni menos indignante para una afición que siempre ha estado ahí, apoyando incluso en los peores momentos. Esta temporada, el equipo no ha dado signos reales de competir por los puestos de cabeza, y esa falta de ambición o de capacidad ha sido demasiado evidente.

Ello puede provocar enfado, rabia, frustración, decepción… además del lógico análisis crítico sobre su causa. Pero en el caso del Cádiz, lo que ahora mismo siente buena parte de su afición va más allá del simple enfado por una mala campaña. Lo que se palpa en el ambiente es una profunda desilusión, una pérdida de confianza, una sensación de desconexión con un club que, para muchos, ha perdido el rumbo. Y esa sensación tiene difícil solución a corto plazo. El club presidido por Manuel Vizcaíno, y en clara bicefalia con Rafael Contreras, ha provocado una bajada de ilusión en el entorno cadista que no se recordaba en los últimos años, ni siquiera en épocas más difíciles en lo deportivo. Hay una falta de credibilidad generalizada, y eso es mucho más peligroso que cualquier mala racha de resultados.

Y es que “lo de la pelotita”, como se dice coloquialmente, parece ser lo de menos en estos momentos. Es incluso lo que menos preocupa a un aficionado que ve cómo su equipo, a pesar de contar con el mayor límite salarial de la categoría, ha sido incapaz de conformar una plantilla competitiva. Una plantilla que, como el propio Garitano reconocía tras el partido en Ferrol el pasado domingo, “no tiene la calidad que se le presupone”. Unas declaraciones que, lejos de ser una excusa, reflejan una realidad que muchos ya venían advirtiendo desde el inicio del curso. A esto hay que sumarle lo que parece un grave problema estructural: el organigrama de la dirección deportiva del Cádiz es único por su rareza y genera más dudas que certezas.

Decisiones incomprensibles a la hora de alargar contratos a jugadores con precario potencial futbolístico, movimientos erráticos en los despachos, y, no menos importante, unas maniobras económicas y societarias que el aficionado no acaba de comprender ni compartir, han generado un caldo de cultivo peligroso. El desánimo reina entre los cadistas, y la sensación de que se ha perdido una oportunidad clave para renacer tras el descenso empieza a calar hondo. Lo más preocupante no es solo el presente, sino la incertidumbre sobre hacia dónde camina realmente el Cádiz Club de Fútbol.

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